Primero que nada me parece necesario hacer hincapié en que Dios es un padre perfecto, ya que Él es perfecto. También, que Cristo es el hijo perfecto, y que Dios espera de nosotros que también lo seamos (“Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre que está en el cielo es perfecto”. (Mt. 5:48)), lo que ya nos habla de que tenemos una inmensa responsabilidad.
Por lo tanto, les aconsejo que traten de dejar a un lado la idea que tienen de lo que significa ser padre, así como también el recuerdo de lo que fue (o es) su padre “terrenal” y lo que son ustedes como padres y/o hijos “terrenales”.
Si volvemos a la época en la que Jesús estuvo en
Aunque las relaciones padre-hijo se entendían y vivían entonces de forma muy parecida a como se entienden y se viven hoy, nos ayudará saber cómo eran exactamente en
Según los estudios (les recomiendo leer el artículo en el que me baso para escribir esta entrada en www.mercaba.org/FICHAS/upsa/tema_08_2.htm ), “la familia era la institución básica de la sociedad helenístico-romana, y el núcleo a partir del cual se articulaba el tejido social”.
Su objetivo último era salvaguardar la integridad y la continuidad del grupo familiar.
Es interesante recalcar que de todas las relaciones dentro de la familia la más importante era la
padre-hijo ya que en ella descansaba el cumplimiento del objetivo principal de la familia mencionado anteriormente; “la familia disponía de dos instrumentos básicos: la autoridad patriarcal, y un complejo sistema de transmisión de sus bienes, fueran estos materiales (propiedades) o inmateriales (religión y honor).” La relación padre-hijo era la cadena de transmisión que garantizaba la integridad y la continuidad de la familia.
Según Santiago Guijarro Oporto, autor del artículo citado más arriba, “El ideal era que un hijo llegara a ser una réplica exacta de su padre, porque un día ocuparía su lugar y perpetuaría su presencia en la familia, según el dicho de Ben Sira: "muere un padre y es como si no muriera, pues deja tras de sí un hijo como él" (Eclo 30,4). Esta convicción hizo que la imitatio patris y la emulación de los antepasados fueran elementos muy importantes en la educación de los hijos”.
Así, podemos inferir que Dios quiere de nosotros que básicamente reproduzcamos su imagen porque nuestra principal misión será encargarnos de su herencia (aunque Él nunca morirá y nos dejará solos).
“Cuando Dios creó al hombre, lo creó semejante a Dios mismo… y les dio su bendición: “Tened muchos, muchos hijos; llenad el mundo y gobernadlo…”(Gen. 1:27-28).
Queda más que claro que ser un hijo de Dios no es cualquier cosa, y que no es nada simple.